Quizás lo hayas oído alguna vez y no sepas de dónde viene exactamente el término. Los tiburones pueden tener hasta 3.000 dientes en su vida y la gran mayoría tienen 5 filas de dientes. Eso sí, ni tu peque va a tener nunca esa cantidad de piezas dentales ni 5 filas. Lo que puede ocurrir es que haya periodos en los que tenga, por así decirlo, dientes dobles. A este fenómeno se le denomina dientes de tiburón y significa que un diente de leche se resiste a caerse y convive con el definitivo. Visualmente, observarás dos dientes uno detrás de otro.
En principio no tienes que preocuparte mucho ni trasladar ningún tipo de aprensión a tu hijo/a. Como ya habrás adivinado, esto ocurre a partir de los 5 a 7 años cuando hacemos el cambio de dentición. No duele ni genera molestias. De hecho, hay personas que descubren ya de adultas en consulta que tienen algún diente de tiburón. Te contamos esto para que te des cuenta de que el proceso no es para nada traumático.
Los dientes de tiburón suelen afectar a 1 de cada 10 ñiños/as y las razones son variadas. Entre ellas, está que la raíz del diente de leche sea especialmente fuerte y, por tanto, retrase más de lo habitual su caída. También es típico en peques que tienen los dientes de leche muy juntos sin apenas separación. Esto que parece augurar una dentadura permanente perfecta acaba siendo más bien todo lo contrario. Unos dientes de leche apiñados no dejan apenas espacio a los dientes definitivos para brotar. Y aquí viene la tercera razón. Si no hay espacio o los dientes de leche no desaparecen en su tiempo, los dientes permanentes no tendrán una guía natural y acabarán saliendo desviados y torcidos.
La mejor manera de controlar los dientes de tiburón –y cualquier otro problema dental- es realizar revisiones y visitas preventivas desde el primer año de edad. En la clínica podremos así controlar que el desarrollo dental de tu hijo/a va por buen camino y atajar patologías que podrían agravarse con la edad. En este caso en concreto, habrá que valorar una extracción del diente de leche, aunque no suele ser lo más habitual.
Por norma general, la naturaleza hace su trabajo y los dientes de leche acaban desapareciendo. Lo que nunca debes hacer es forzar en casa su caída. Puedes provocar daños en la encía y en la raíz, provocar una hemorragia y, lo que es peor, un susto morrocotudo para tu peque. En estos primeros años, es fundamental que tu hijo/a vea a su odontopediatra con confianza y sin miedo. Si inconscientemente generas una situación dolorosa, es probable que, por así decirlo, coja manía al sillón del dentista.
Lo ideal es que sea tu propio hijo/a el que poco a poco empuje con la lengua el diente de leche. Eso y la promesa de que el Ratoncito Pérez le traerá un regalito suelen ser suficientes para que todo vaya bien.